El extracto de la investigación que hoy os presentamos se realizó gracias a las aportaciones de la Fundación Nacional de Ciencia Suiza y al ‘‘Zúrcher Hochschulverein’’ (FAN) y parte de los datos de este trabajo se presentaron en la conferencia anual de “Society for Personality and Social Psychology (SPSP)” en Savannah, GA.
Las autoras Marianne Schmid Mast y Judith A. Hall, estudiaron cómo las personas evaluamos la posición social de los demás y qué mecanismos empleamos en los juicios emitidos al respecto.
En las interacciones sociales constantemente evaluamos a otras personas con respecto a las diferentes características personales y lo hacemos sorprendentemente bien, teniendo en cuenta la poca información disponible (Ambady, Hallahan, y Conner, 1999; Amb-ady, Hallahan, y Rosenthal, 1995; Bernieri & Gillis, 2001; Watson, 1989). Hay pruebas evidentes que muestran que la gente juzga con mayor precisión (por encima del azar) cuando se forman impresiones de características de personalidad de los demás en base a fotografías, videos cortos, o después de haber interactuado con otros (Borkenau y Liebler, 1993; Kenny, Albright, Malloy, y Kashy, 1994; Watson, 1989; Zebrowitz & Collins, 1997).
La gente también es precisa en inferencias acerca de la relación entre dos compañeros que están interactuando. Dentro del dominio de las interacciones interpersonales, uno de los aspectos más importantes es el de la posición social (Gifford, 1991; Wiggins, 1979). Sin embargo, en raras ocasiones se ha estudiado si se nos da bien evaluar las relaciones jerárquicas y la situación social de los demás y cómo nos formamos esas impresiones. El objetivo del presente estudio era ver si la gente puede evaluar la posición social de los demás en un porcentaje superior al azar y conocer los mecanismos implicados a la hora de juzgar este aspecto de las personas.
El estatus social y conceptos relacionados como el ser dominante o el poder se han definido de maneras muy diferentes (Ellyson y Dovidio, 1985). En este artículo, se entiende estatus como una posición de control o influencia sobre otros o bien se refiere a la condición de poseer un acceso privilegiado a recursos restringidos. El estatus es un fenómeno omnipresente. Nuestras relaciones en el lugar de trabajo y en la sociedad en general se caracterizan por jerarquías (Hofstede, 1991). Bajo una perspectiva etológica humana, las jerarquías son funcionales porque minimizan la agresión intragrupal y hacen que el grupo obtenga más probabilidad de éxito en la realización de tareas (Eibl-Eibesfeldt, 1989; Lorenz, 1966). Se han reconocido a las jerarquías y el estatus como importantes factores en la organización de la conducta interpersonal. Por ejemplo, la gente obedece más a una persona con una posición social más alta que a una persona con un perfil más bajo en la escala social (Larsen, Triplett, Brant, y Langenberg, 1979, Milgram, 1965).
En el plano individual, el ser capaz de juzgar con precisión el estatus conlleva distintas ventajas, como por ejemplo, mejorar la comunicación efectiva o prevenir situaciones sociales embarazosas (por ejemplo, dirigirse de manera inadecuada a una persona de alto estatus). Además, cuando un individuo pretende infiltrarse en un estatus jerárquico más alto al que está acostumbrado, es esencial saber quién está en una escala más alta y quien no lo está con el fin de planificar los movimientos estratégicos más eficaces.
El estatus es un aspecto importante que se encuentra en casi todas las interacciones sociales y hay una gran cantidad de estudios en busca de cuáles son los indicadores que utilizamos para detectarlo. Algunos de estos indicadores son la altura, que parece ser que indica estatus alto (Wilson, 1968), en la mayoría de las culturas la edad se toma como un signo de estatus (Berger, Cohen, y Zelditch, 1972; Mazur, 1985), atraer la mirada de otros se asocia con alto estatus (Chance, 1967), los individuos de rostro aniñado son percibidos como débiles en una escala jerárquica (Zebrowitz y Montepare, 1989), los rostros felices y aquellos que suelen mostrarse enfadados se perciben como dominantes, mientras que los rostros tristes y temerosos todo lo contrario(Montepare y Dobish, 2003), los ojos pequeños son indicadores de dominio en contraste con los ojos grandes (Keating & Doyle, 2002), y la falta de sonrisa se ha visto que es un signo de personas dominantes (Halberstadt y Saitta, 1987;. Keating et al, 1981), por citar sólo algunos de los hallazgos. En suma, la apariencia, unida a señales de comportamiento son importantes al evaluar el estatus en otros.
Por otro lado, en esta investigación se observó que las mujeres puntúan más alto que los hombres en los ítems que evalúan los estados anímicos de los demás, los rasgos de personalidad y las intenciones (Ambady et al, 1995;. Hall, 1984; Rosenthal et al, 1979.). Las mujeres son también más legibles, lo que significa que el nivel de aciertos a la hora de juzgar su estatus es mayor que cuando se juzga a los hombres (Hall, 1984). Esto se explica principalmente por el hecho de que las mujeres son más expresivas (Buck, 1984; Buck, y Barrette, 1982; Hall, 1984).
En el presente trabajo se pretendía aportar pruebas para conocer la capacidad de la gente para evaluar el estatus de los demás y también investigar los mecanismos empleados en la precisión de los juicios elaborados. En concreto, las autoras querían averiguar cómo las personas utilizan ciertas claves conductuales y también la apariencia para evaluar el estatus, y si esta estrategia de evaluación generaba acierto en los juicios. Como era de esperar, se descubrió que la gente pueda evaluar el estatus de otros con una precisión superior al azar.
El buen resultado que mostró esta investigación no sorprende, dado que el estatus probablemente se ha señalado como una dimensión importante en las interacciones sociales desde edades tempranas para la mayoría de nosotros. De este modo, se nos ha enseñado a respetar a las personas que tienen un alto estatus. Además, parece que hay muchas oportunidades a diario (sobre todo en nuestro ambiente de trabajo) para aprender a enjuiciar el estatus y este hecho facilita alcanzar un alto nivel de precisión. Esta oportunidad de aprendizaje constante puede derivar en un refinamiento de nuestras evaluaciones del estatus y finalmente en una mayor precisión.
¿Cuáles son los mecanismos que se ocultan detrás de una certeza tan alta a la hora de juzgar? La única información disponible para los perceptores del estudio fue el comportamiento y la apariencia emitida por los interactuantes. En este estudio, los juicios se realizaron en un ambiente en el que la gente interactuaba en su entorno de trabajo y participaron en las tareas o discusiones por lo que los perceptores contaban con muchas más señales de comportamiento que si hubieran sido fotografías estáticas en las que se estuviera posando. Las autoras descubrieron que el género es un elemento diferenciador, de manera que al juzgar a los hombres, los perceptores en su mayoría se basaron en indicios como la vestimenta y la edad. Sin ambargo, para juzgar el estatus de las mujeres, las señales de comportamiento parecen ser más importantes que la apariencia física (Horgan, Schmid Mast, Hall, & Carter, 2004). Una posible explicación puede ser que al evaluar mujeres, como ocupan puestos de dirección hace relativamente poco tiempo debido a su reciente incorporación a la vida laboral, la gente confía menos en señales de apariencia como la vestimenta y se centran más en el comportamiento.
Ser preciso en la evaluación del estatus tiene muchas ventajas. Proporciona ventajas competitivas (por ejemplo, ahorra tiempo a la hora de seleccionar rápidamente a la persona con un estatus alto con la que nos interesa hablar en un momento dado) y facilita la comunicación efectiva y suaviza la interacción social (por ejemplo, saber a quién dirigir una solicitud). La presente investigación aportó pruebas que aseguraban que las personas tenían precisión cuando juzgan el estatus de los demás y también confirmaron que esta capacidad se daba tanto en hombres como en mujeres. Por otra parte, los hallazgos encontrados demuestran que los perceptores se basaron más en señales de comportamiento cuando se evaluaba el estatus de las mujeres y para los hombres se centraban más en señales derivadas de la apariencia (vestimenta formal).
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